jueves, 28 de junio de 2012

El grito de Italia



Y llegó el día en que Italia gritó. Con la genialidad de Cassano, el discurso de Pirlo y la escritura de Prandelli, los representantes del Calcio enseñaron a Europa su nuevo ideario. Y lo hicieron en plenitud de condiciones, ante el mejor rival posible y a la hora indicada. La potencia alemana se convirtió en frustración ante los goles de Super Mario y el resto de la orquesta azzurra. Italia abraza al fútbol y espera una generosidad mutua el próximo domingo ante España

Cuando más susurros emitió Italia, más fuerte resultó su nueva entrada en el olimpo futbolístico europeo. La delicadeza de su juego contrasta con la claridad de sus ideas, con el brusco y agradecido viraje de sus objetivos. La maquinaria y la humanidad intercambiaron orillas, pero la condición de implacable se tiñó más de azul que nunca.

En los onces iniciales pareció verse parte del temor de Löw, que luego se confirmaría. La presencia de Kroos para compensar una posible pérdida del balón no sería suficiente ante la interfaz italiana de la primera parte. La determinación y pasión de los azzurri durante el himno se vería continuada con un comienzo casi perfecto. La paradoja que provocaron Khedira rematando un corner y Pirlo sacando el balón bajo palos no resultaría más que una ligera piedra en el camino, más senda romana que nunca. Tras un comienzo de lógico tanteo, Alemania cogió el mando por obligación y convicción; sin embargo, pronto comprobó que se encontraba ante el primer gran rival de esta Eurocopa. Y aún sabiendo que se presentaría disfrazado a la fiesta, los germanos comenzaban a pecar de falta de alternativas para superar el planteamiento italiano. 

Il fratelli d´Italia bajó al campo para desnaturalizar los preámbulos, para cambiar el rumbo previsto. El genius interruptus de Cassano surgió cuando más se le requería, completando una primera parte casi primososa. Con una maniobra tan simple de estética como complicada de ejecución, Antonio dejaba atrás al central revelación del torneo y ponía un balón que Balotelli cabecearía ante las limitaciones de Badstuber. Italia comenzaba a girar su mundo. Tenía el balón y se lo daba a su máximo añadido. Pirlo lo manejaba como un niño su juguete, con soltura, divirtiéndose y descubriendo cada nuevo detalle que aparece. Seguramente, en no muchas ocasiones habría querido Andrea imaginar lo que sería una selección amante del toque, gustosa de la caricia. Una Italia con Pirlo en el índice.


El gol dañó a Alemania, lo normal en estas circunstancias. En una semifinal de Eurocopa, un gol es oro. Lo peor para los teutones es que fueron muriendo poco a poco en plena consciencia de sus facultades y, sobre todo, de las del contrario. Las réplicas alemanas estaban encabezadas por Khedira y Özil, como hermanos mayores de responsabilidad del once inicial, con Boateng entrando por la banda derecha ante la incomparecencia ofensiva de Lahm. Pero el problema seguía siendo el mismo. Italia defendía como le apelaba su historia y atacaba como le estimula su nueva droga, la asociación. Una mezcla tremendamente competitiva que acabaría en su segundo gol. El magnífico balón largo de contragolpe de Montolivo se continuaría del fallo de movimiento de Lahm y del golpeo misilesco de Balotelli.


El gol de Mario fue el golpe encima de la mesa de Italia. Su grito al fútbol europeo, el primero que asustaba a Alemania en mucho tiempo. La figura hercúlea del italiano simbolizaba la fuerza de esta Italia. Su sempiterna potencia con una nueva inteligencia, más allá de los aspectos picarescos del juego. El cambio de destino futbolístico de Italia estaba resultando imparable para la Mannschaft, frustrada y sintiéndose incomprendida. El descanso llegó en pleno lamento herido de Alemania, intentando llegar al área italiana sin más resultado que el propio anhelo de voluntad.

El ajedrez italiano contuvo sin problemas el previsto ciclón alemán en el comienzo de la segunda parte, movimiento que no fue más allá de una simple ventisca veraniega. El trasiego de cambios en ambos equipos no influyó en demasía en la pérdida de intensidad, ya que Alemania se vio siempre en el abismo e Italia jamás cayó en la relajación. Los germanos empujaron, con la actividad decreciente de Özil y la vitalidad de los nuevos, Reus, Klose y Müller. Sin embargo, la azzurra nunca pareció fuera de sitio. El balón era germano pero el control de fondo era italiano. A pesar de que los mediterráneos recularon en la última media hora, Alemania no pudo más que insistir en las mismas acciones inoperantes de la primera parte. Mientras tanto, continuaba la clase magistral de Pirlo, el auténtico conductor del partido. Mejorando a Marchisio, colocando a Motta, complementando a De Rossi y asombrando al planeta entero. En un mundo justo, jugar con el talento de Pirlo debería estar prohibido o ser expuesto públicamente.


Alemania iba a morir con el partido. Sin terminar de definir las armas a utilizar, el combate era propiedad de Italia, que perdonaba el K.O consciente de su gran superioridad a los puntos. Hasta tres contragolpes clarísimos tuvo la azzurra para matar a su rival, pero no pudo. O no quiso, en ese compadreo histórico que evita la humillación entre las dos grandes depredadoras del clásico fútbol europeo. La caída resultó superlativamente cruel para Alemania, cuyos méritos de formación y estructuración antes y durante la Eurocopa han quedado en nada ante la nueva vitalidad italiana. El destino preparó una receta de dos minutos de emoción ante el penalti claro por mano de Balzaretti y posterior gol de Özil.

Italia reposó en los estudios preparados durante un siglo para no pasar problemas en los últimos instantes del partido. Había ganado con justicia ante una Alemania impotente, ante un Löw que se sentirá maldito por compartir generación con una selección superlativa que ha tomado como espejo y un equipo emergente que le impide asaltar el trono. El problema para el entrenador germano es que la respuesta es la misma que la pregunta, el fútbol, tan intencionadamente buscado como cruelmente encontrado. En tiempos de división europea, asistiremos a una justa final mediterránea. 2-1 en Varsovia.





miércoles, 27 de junio de 2012

Mentes de semifinalista (II): Italia vs Alemania




Italia juega en el patio del triunfo. Disfruta atrapada entre los barrotes de la competitividad y orgullosamente alojada en la cárcel de la defenestración histórica por convertirse en el mayor exponente de esa definición ante la que, incluso, los más profanos al fútbol tuercen el gesto. Catenaccio. La simple pronunciación de la palabra avecina muescas de desagrado y debates incendiarios sobre la moralidad de un juego, una auténtica paradoja. Italia no se arrepiente de nada y realmente no tiene motivo, sus cuatro estrellas así lo atestiguan. Supo jugarle a la brillante España y, por momentos, lució más. Compitió contra Croacia y superó a Inglaterra. La concesión de Prandelli al talento futbolístico no esconde sus cartas reales. Italia lanza su póquer sobre el tablero de juego pero apunta con una pistola por debajo de la mesa. ¿Legal? Todo. ¿Lícito? Lo que diga el árbitro. No es trampear, es jugar a ganar. Y tienen al mayor mago de la competición, al menos el que ha realizado el mejor truco. El simple gesto de Pirlo al lanzar su penalti debería convalidarse como cátedra futbolística completa. Sólo al ver su lanzamiento entiendes por qué en Italia lo llaman fare il cucchiaio (hacer la cuchara). La historia popular define a Italia como un equipo rudo mientras que el toque de Pirlo es lo más parecido a una caricia vista en un campo de fútbol. Las leyendas hablan de antideportividad y falta de honorabilidad italiana, cuando resulta que la decisión de Pirlo vino motivada por las frivolidades de Hart, que además no tuvo que aguantar ni un mínimo gesto de il metronomo al encajar el gol. Llegados a este punto, la niebla ambiental prejuiciosa sobre Italia y la probada personalidad de Andrea se enfrentan en ángulos totalmente opuestos. ¿Alguien se atreve a llevarle la contraria a Pirlo?


Al principio fue Alemania. Eternamente pionera y convencida. Siempre les gustó a los germanos el rol de liderazgo, del chauvinismo bien entendido (al menos por ellos), del orgullo por la idiosincrasia que les produce frutos en las primaveras futbolísticas. La impresión es que Alemania fue gestada en una cadena de montaje, con una enorme capacidad para autogestionar sus sacrificios y de una perfección tal que incluso esos mismos impulsos mecánicos son los que en esta competición le indican la conveniencia de tener hambre, factor en ocasiones depauperado y esencial en un deporte de élite. Cuesta asociar el apetito con la productividad. Löw es el constructor responsable del ejército, el albañil reciclado a ingeniero. Lo que le ha hecho diferente en su entorno es su acercamiento al otro lado de los muros de la oficina alemana, su querencia por la literatura futbolística, movimiento de actualidad mediterránea y originario del imaginario carioca, en todo caso a miles de kilómetros de la cuenca del Rhur. El bueno de Joachim extendió su fe de monaguillo infantil hasta creer en un ideario que los germanos habrían calificado en otro tiempo de improvisado y propio de una dejadez casi pre-industrial. ¿Qué quieren los alemanes? Su lógica vanidad deportiva y el esfuerzo estructural que les ha hecho redefinir su altivez futbolística les dice que solo les vale conquistar el campeonato. Si pudieran ilustrar su escenario preferido, imaginarían la victoria más hostil dibujada con el más fino de los trazos; aquel triunfo en  terreno enemigo que más que suponer un trofeo temporal, significaría de cara al mundo, y a ellos mismos, que Alemania tenía razón. Que en ese preciso momento, concreto lugar y calculada rotación de la Tierra, la forma correcta de actuar era la suya. El ingrediente aditivo es el que pone en duda precisamente su condición biónica y les refrenda como simples y sangrantes humanos. Alemania quiere venganza.






martes, 26 de junio de 2012

Mentes de semifinalista (I): España vs Portugal

España es la nueva rica de la urbanización. Suena frívolo, demagógico, extremo, oportunista y hasta ilógicamente envidioso. Sí. Bienvenidos a España, les presento a su debate nacional preferido. El salto de calidad y de aspiraciones de España se torna evidente. La furia española era como aquel alumno que estudia lo que puede y suspende por ejercicios que no habíamos visto en clase, manía del profesor o cualquier problema ajeno a mi responsabilidad. La selección española ha merecido llegar en alguna ocasión más lejos de lo que lo ha hecho en ciertas fases finales, pero no hasta el punto de crearse la leyenda victimista que su entorno más autocomplaciente ha querido escribir en los libros de historia. Solo en este momento de la sucesión de sucesos podría quejarse España de no llegar a las semifinales; sería como reunir en una sala a Dalí, Velázquez, Picasso o Goya y que no se atisbara ningún vestigio de locura transitoria, de genialidad artística. El problema viene cuando Dalí tiene su propio museo en Cataluña y Goya y muchas de sus pinturas descansan eternamente en Madrid. La conciliación y la consecución del simple respeto de los múltiples entornos de este país se antoja tan improbable como, algunos dicen, innecesaria. No nos gusta la tranquilidad ni el conformismo y en una época como ésta, en la que nos toca renunciar a múltiples muestras de bienestar, no queremos perder ni un ápice de aquello que, por una vez, nos hizo salir a la calle sin prejuicios. Quizá perseguir ese objetivo sea tan inocuo como triste la situación, según los ojos que la observen. Ya lo dijo la estanquera de Vallecas: "España solo hay una porque si hubiera dos, nos iríamos todos a la otra".

El caso es que España ha recibido un bonus en la barra de vidas de la máquina de fútbol internacional. Es mucho más fuerte. Es una España lista, que se anticipa a los movimientos, que maneja a los rivales como peonzas y los desplaza como canicas. Suple sus carencias corporales y de desgaste físico como lo haría Muhammad Ali. "Float like a butterfly, sting like a bee" (flota como una mariposa, pica como una abeja). Aunque late la opinión de que falta apuntalar el aguijón, otros tribunales sabios dictan que la picadura comienza desde el posicionamiento, el movimiento y la seguridad. Iker Casillas suma más de trece horas de fútbol en fases finales de Eurocopa y Copa del Mundo sin encajar un solo gol. Él más que nadie simboliza la nueva cara de ganadores de España. La mirada siempre al frente, el cambio de la excusa por la autocrítica y el nuevo cuadro de los artistas españoles. El más admirado por el mundo entero (menos por nosotros mismos).


Portugal suele mirar al cielo cuando sale de la cueva, como si ese irregular y bellísimo trapecio de la Península Ibérica fuera el agujero, negro para ellos y amable para sus vecinos, donde diez millones de personas buscan sobrevivir al capitalismo más feroz mientras unos cuantos elegidos mantienen alto el pabellón en las batallas homéricas de la pelotita. Quizá sea defecto de fábrica española o simplemente una ilusión mía, pero la sensación es que los lusos están, dentro y fuera del campo, agradecidos con la vida que les rodea, complacientes con los momentos que justifican que todos estemos aquí y tratables con el deporte rey. La soga social se rompe cuando el portugués corre hacia el balón. Lo mima, lo quiere, lo cuida como un regalo. Se trata del semifinalista más festivo, en comparación con la tensión competitiva y presión de victoria que arrastran los grandes favoritos (excepto Italia, que vive las grandes competiciones como su eterno Jardín del Edén). Sin embargo, la ambición tiene un precio y lustro tras lustro, Portugal sufre la necesidad y obligación de examinarse, iluminada del todo en su figura superdotada, en su patrimonio personal, en la calidad colonial y macaronésica de Cristiano Ronaldo. Los aires subtropicales y relajados de la región debieron dejar de rodear al bueno de Ronaldo cuando pisó la concentración de Opalenica y se empapó del sudor competitivo que tanto le pone. Los lusos quieren, más que un partido, un lanzamiento de misiles. Desean una partida de turnos, despreocupados de la posesión y confiados en la efectividad y pegada de su embajador. Creen suficientemente curtidos a sus peones pródigos, los Pepe, Meireles, Moutinho...experimentados en mil y una noches y con la demostración de orgullo nacional por saciar. Portugal ansía la gloria como inyección de desahogo. Quiere el triunfo como altavoz de la esperanza. Cristiano jugará como ninguno y gritará por todos. 






viernes, 15 de junio de 2012

Xabi siempre tiene la respuesta correcta


Ante el debate, aporta trabajo. En la duda, aparece su clarividencia. Con el agobio, regala espacios. Para la relajación, siempre guarda intensidad. Xabi Alonso es, probablemente, el futbolista de este país que mejor lee las necesidades de sus equipos. La tran traída definición "extensión del entrenador" cobra su mayor crédito en el caso de Xabi. Sí, me considero un enamorado de su juego y creo firmemente que cualquier amante de este deporte debería valorar sus cualidades como merece el de Tolosa. Su aparición ilusionó a San Sebastián, formó un mediocentro irrepetible con Mascherano en Anfield y se ha convertido en uno de los españoles con más internacionalidades de su generación, así como en el jugador fundamental de la plantilla del Real Madrid desde su llegada hace ya tres temporadas.

Foto: 4bp.blogspot.com
Lo de Xabi Alonso es una aportación de CALIDAD, en mayúsculas. Lo hace prácticamente todo bien. Su sentido del juego es extraordinario. Su primer toque se alía con la conveniencia; los posteriores vienen marcados por su solvencia. Alonso hace respirar al equipo como nadie. Es el padre del mediocampo español. Quince metros por detrás de la pandilla de medianos deslumbrantes (me resisto a llamarles "bajitos"), Xabi les regala confianza en el bloque. El 14 español es la red  de seguridad de las piezas ofensivas, tan artistas como  trapecistas. Cuando se trata de sacar el balón jugado, es él el que elige moverse en la cuerda del ancho del campo. Sin esconderse jamás, Piqué y Ramos tienen en Alonso el aliado dentro de sus filas. Ese primer y último apoyo que asea la jugada desde el principio. Ese amigo del que te copias en un examen porque dudas entre la B y la C. Y es que cuando hay un balón por medio, Xabi siempre tiene la respuesta correcta.

Ante las acusaciones de rigidez (algo que él mismo reconoce y con lo que suele bromear), Alonso oposita con su posicionamiento. Siempre está donde debe. Allá donde el balón quiera aparcar, habrá llegado Xabi antes. Ni tiene un imán, ni el césped inclinado a su favor. Se trata del policía que mejor regula el tráfico, del base que más se ofrece a sus aleros. Es la contribución más inteligente a la continuidad del estilo de España. La fluidez del caudal ibérico no se desbordará mientras Alonso aporte su filtro de sensatez y perspicacia futbolística. Además, el puesto de Xabi sobre el césped exige un liderazgo que él acepta y potencia con enorme tenacidad. Casillas sabe que su voz nunca sonará sola en el rectángulo de juego mientras Xabi sea su compañero.

Foto: Marca.comComo buen centrocampista puro y pivote a la antigua usanza, Alonso tiene un archivo táctico-histórico tremendo. No hay nadie que conozca los movimientos de Arbeloa mejor que él, ayudado por sus andanzas juntos en Liverpool. El lateral ha gozado del toque del donostiarra en muchas ocasiones, la mayor parte de sus contribuciones ofensivas tienen su firma. Al igual que el inicio de los fabulosos contragolpes del Real Madrid o los numerosos hachazos de Fernando Torres en la ciudad de The Beatles. Cuando le explique a mis hijos quién era este hombre, el inventario audiovisual de youtube me ayudará con su legado mainstream. Aquel que suele definirse con su gol  al Newcastle y similares logros de distancias versallescas. Sin embargo, el verdadero catálogo de Xabi Alonso es otro más exquisito. Uno que comprende giros, pisadas de balón, cambios de orientación, ayudas, exquisitos golpeos y todo ello aderezado de la inteligencia, clase y elegancia que el pivote lleva demostrando durante toda su carrera. Hablamos, además, del tipo que mejor ha representado y escenificado fuera de Inglaterra el tackling bien entendido. Su nobleza vasca de nacimiento y la ortodoxia adquirida en el fútbol británico le han permitido moverse en el fútbol de élite con tanta dignidad y honorabilidad como rendimiento ha ofrecido. Entiende mejor que nadie la grandeza de los clubes en los que juega y así la manifiesta. Siempre ha mostrado una militancia cargada de respeto, sin perder en su mirada ni un ápice del carácter desafiante y westerniano que le caracteriza.

Fuera del campo, Xabi Alonso continúa dando clases magistrales de buenas decisiones y cargadas de un gusto exquisito. En tiempos de tatuajes trasnochados, declaraciones malsonantes y escándalos mediáticos, la profesionalidad, la cordura y la elegancia marcan los andares de este treintañero cuya inquietud cultural no se puede disociar de su amor por la profesión que entiende y practica de un modo sublime. El donostiarra está jugando uno de los mejores torneos de selecciones de su vida.

Xabi Alonso, un señor futbolista. Un futbolista señor.

Foto: suitsandshirts.blogspot.com





martes, 12 de junio de 2012

Roles cambiados




Alemania trabaja y optimiza su improvisación mientras Holanda imagina la disciplina deseada sobre su lienzo impresionista. Se enfrentan dos selecciones históricas embarcadas en el proceso de hacer evolucionar su fútbol hacia objetivos antes establecidos pero nunca logrados. La practicidad y el preciosismo intercambian orillas en el Mar del Norte.

Holanda y Alemania sobre un mismo césped. Mucho más que un partido. Es la batalla centroeuropea por el cetro de un deporte cuya ejecución suele definirse bipolarmente, entre la calidez de latitudes mediterráneas y la niebla propia de las islas británicas. Es la mayor de las menores rivalidades futbolísticas a nivel de naciones. Es una pelea vecinal entre aspirantes a liderar el asalto al trono español. Estamos en 2012 y lo que distingue este duelo de los dirimidos en otras épocas no está en el chasis de los aspirantes, sino en el motor que utilizan y en la disposición de las piezas. Nuestros perseguidores en la carrera  futbolística europea (y padres condicionantes en la económica) se han intercambiado el librillo de estilo. Y, seamos sinceros, no les va mal...¿o sí?

Alemania ha modernizado su ideario. La disciplina sigue siendo básica, pero ahora añade el aditivo decisorio de la calidad. El fútbol germano cambió su rumbo con la oportunidad a Klinsmann y lo ha asentado del todo con el protagonismo de Joachim Löw. Un tipo con las ideas claras y con las bases asentadas. Conoce su país y su fútbol; ha sido el principal responsable de las modificaciones en la estructura de la cantera alemana, consciente de que ése ha sido el punto clave en el triunfo de la actual generación española. Alemania sigue jugando como un bloque pero ha focalizado la velocidad de sus jugadores hacia un ataque más estético y con más efectivos. La flecha se ha convertido en un acordeón. La habitual determinación germana se ve ahora acompañada por la libertad para obtener resultados. Si la jugada se piensa en la cabeza del futbolista, hay más posibilidades de éxito que si simplemente se automatiza. Por fin la improvisación recibe su premio.


Pero Löw sabe que esto es posible gracias al talento futbolístico del que dispone en este siglo. Özil, Reus, Götze o Kroos simbolizan la nueva Alemania. Aquella que no conoció el Muro de Berlin pero que trabaja para que no vuelva a repetirse. Por fin esta selección gusta fuera de su país. El alma y orgullo germana están saciados de triunfos. Lo que ahora ansían es el reconocimiento, la sonrisa, el abrazo del neutral. En definitiva, representan como nadie las necesidades humanas de la buena posición futbolística. Y parece que están en disposición de encontrar su tesoro. A falta de un gran torneo, la rutina clasificatoria lo ha dejado claro. Alemania gana como siempre y juega como nunca.

Con Holanda se abre el ancestral debate sobre el juego y el resultado. Jamás hubiera pensado que el país de las jóvenes figuras preparadas durante años en la verde y lisa llanura amable acabaría cuestionando, precisamente sobre el césped, las ideas que cimentaron su personalidad durante décadas. Me dirán que Holanda suele jugar bien. Tocando el balón, presionando arriba, achicando espacios, abriendo a bandas...les responderé que hay idearios que, en ciertos contextos, resultan sagrados. Y no pueden traicionarse ni para ir al baño. Aunque sea durante 120 minutos en los que se está jugando una Copa del Mundo. Nadie conoce una Holanda alejada de esos argumentos. Van Marwijk fue el sacrílego responsable de que la selección naranja se olvidara de jugar al fútbol durante aquella final.


Ni todos los títulos del planeta harían olvidar aquella maravilla dinámica que fue la Holanda de Cruyff. Si se acepta la inscripción eterna de los campeones en la historia, también se ha de considerar la fidelidad y veracidad a un discurso que es el que realmente creó el producto. Un producto sin fecha de caducidad y reutilizable si nos atenemos a futbolistas de la talla de Gullit, Van Basten, Rijkaard, Bergkamp, Overmars, Seedorf ó Kluivert, todos ellos dignos sucesores del sentido hiperestético de la Naranja Mecánica.  A lo mejor me equivoco y plantear un ajedrez con una selección con Van Persie, Robben, Sneijder o Van der Vaart es poco práctico y conviene más pasar a los términos de batalla táctica, donde la oscura y sobrevalorada posición del mediocentro defensivo ponga a todos en su sitio y acabe siendo considerado la figura más decisiva del partido. Si así es, déjenme soñar hasta que la realidad me despierte.

Alemania goza de desordenar velozmente su talento, mientras que Holanda se entrega a la búsqueda del orden que jamás le hizo falta. Es una charla entre viejos enemigos cuya vida ha cambiado, aunque sigan entregados a los mismos objetivos. Mucho más que un partido.





miércoles, 6 de junio de 2012

La hora de Iniesta

Iniesta en el amistoso ante China (Foto: Eduardo Abad, EFE)

Es el momento de Andrés. Todos los futbolistas tienen su hora. A todos, sin excepción, les llega su instante pero sin incluir un matiz funesto en la expresión. Suelen ser recuerdos intensos, rápidos, que la memoria tiende a acortar en breves e indefinidos fotogramas. Imágenes sueltas que evocan olores pero no sonidos, sensaciones pero no hechos. Son las escenas que un profesional acaba teniendo como álbum cerebral de imágenes, lo que viene significando su mayor legado a la gloria colectiva de un club o selección.

El reloj se para en función de una serie de factores que creemos estimables pero que acaban siendo impredecibles. Sin trampear la inclusión de la tan traída suerte, el hambre de victoria termina siendo determinante en los milímetros, centésimas de segundo, que separan el triunfo absoluto del odiado rol de secundario. O como dirían algunos, del primer perdedor. Solo a la mínima distancia de la última meta, únicamente en esos momentos, las dudas entran en la cabeza de los supervivientes. Es ahí cuando se puede establecer un diferencial entre los muy grandes y los grandísimos. La reacción humana entre los superdotados y los inalcanzables termina siendo más grande de lo que parece.

La edad es esa pregunta ambigua del examen que todos hemos sufrido. Dependiendo del enfoque que uno le dé a la respuesta, el resultado variará de un modo determinante. Si creemos en el destino, tenderemos a pensar que la carrera de un futbolista da más oportunidades a aquellos que acaban de empezar. Sin embargo, este factor es susceptible de transformarse en una especie de hermano mayor, más coherente, razonable y mejor entendido. La madurez del jugador se antoja clave en la consecución del mayor potencial posible en el momento buscado. Es un tipo de carga que se convierte en ventaja competitiva cuando uno deja de sostenerla. Llega un día en el que uno abandona la sospecha, deja de jugar con las hipótesis y adquiere la certeza. Y lo hace con la mayor de las seguridades, ¿qué es la madurez sino confianza en los actos propios? Conjugar los primeros momentos en que aparece esa experiencia, comprobada desde fuera y sentida desde el interior, con un período de bonanza y plenitud física asegura estar cerca del triunfo. La inscripción a la carrera histórica queda más próxima.

Pero en algún momento tiene que parar el razonamiento. En el lugar exacto en que florece el instinto, la determinación y, por qué no decirlo, la suerte. Como decía al principio, hay factores intangibles; se trata de cualidades que aparecen cuando no se les llama, rescatando al afortunado del océano de la mediocridad. Por ejemplo, el talento. Continuando con el ángel con el que algunos nacen. Y en plena demagogia sentimental, cito al destino.

Y es que son pocos los afortunados y muy escasos los señalados públicamente. Aquellos cuyo resultado en la ecuación resulta positivo en los momentos más importantes. Esos futbolistas con una valoración superlativa por parte de todos los aficionados y expertos. Son casi únicos los que hacen sonreír y exclamar con sus slalom al mismo tiempo que siembran frustraciones en el verde. Sus pies reparten ilusión en la grada y a través de las pantallas. Su cuerpo se mueve sobre el césped como si viviera allí. Como si hubiera estado esperando al resto para empezar a jugar. Conoce el rectángulo de juego como si fuera su hogar e imparte clases como alumno, profesor y catedrático aventajado.

Si consideran esta humilde divagación como válida y tienen en cuenta los factores de la ecuación, el resultado que obtendrán será parecido al mío. Cambien el orden, el producto no se altera. Fuera del rectángulo de juego, se tiene una sospecha. En Barcelona, Madrid, Sevilla, Bilbao…y también fuera de España, aunque en ese caso la definición se acerca a temor. Comienza la Eurocopa y él tiene la certeza absoluta de que ha llegado su momento. Es la hora de Andrés Iniesta.