miércoles, 19 de octubre de 2011

El mundo será de los grises


"La virtud está en el término medio, entre el extremo por exceso y el extremo por defecto". Esta cita de Aristóteles me viene frecuentemente a la cabeza sin un motivo claro, ya que no tengo ni leves conocimientos de filosofía. Pero me resulta curioso que sea así y más en días en los que escribo sobre temas como el de hoy.

¿Qué es la virtud? Básicamente, es una cualidad estable de una persona, natural o adquirida y positiva, formada por la capacidad de aprendizaje, diálogo y reflexión de cara a obtener un conocimiento verdadero. Una definición algo barroca, así que pondremos en negrita lo que tiene que ser rescatado.

Uno despierta por la mañana, no sin cierta pereza; se toma un café soluble con dos cucharadas de azúcar y lo calienta en su microondas. Se sienta y comienza a leer los periódicos y absorber actualidad con la esperanza de que el mundo se recupere, se arregle. Con el deseo de que se evaporen la crispación, los malos entendimientos y los radicalismos. Pero es imposible. Ya ni siquiera digo difícil.

Me considero un tipo objetivo. O al menos mi intención es esa; no la de parecerlo, sino la de serlo. No busco la verdad universal, pero sí la que más se le acerque. No soy blanco ni negro, ni quiero serlo. Soy un grisáceo de mucho cuidado. Y esta es la causa por la que me altero cada día al leer los periódicos, ver los informativos o simplemente vivir mi vida como lo hacemos todos. Estoy cansado de contemplar y sufrir el “conmigo o contra mí” en la mayor parte de facetas que rodean mi día a día. Podría llamarlo el síndrome de la clase media. Nunca soy de unos ni de otros; cuando analizo un problema veo pros y contras, pero jamás me posiciono radicalmente en uno de los lados porque comprendo los argumentos del contrario (con excepciones, claro).

Entiendo y apoyo la militancia en una causa determinada pero sin ignorar el deber de avanzar en el conocimiento. A veces apoyamos ciertos movimientos o tendencias sin pararnos a pensar en su origen y modus operandi y simplemente fijándonos en las metas que persiguen. A lo mejor esto se resume en la dualidad que lleva persiguiendo al ser humano desde que yo lo conozco (veintinueve años de concienzudo análisis). El qué frente al cómo. El objetivo frente a los medios. El resultado frente a las formas. En cualquier caso, hablemos de una asociación, un colectivo o una simple actitud personal en nuestra vida, me parece esencial tener autocrítica para avanzar. Y quizá éste sea el verbo clave; el que debería ser más deseado y se convierte, sin embargo, en el más abandonado.

Estoy harto de estar continuamente envuelto en una guerra ideológica, una batalla constante donde el ser diferente va asociado a ser excluido, donde la discordancia se interpreta como una ofensa que debe pagarse. Todos los grupos están formados por individualidades diferentes, por muy homogéneos que sean. Y si tendemos a represaliar cualquier pensamiento o forma de ser ó actuar diferente de la mayoría que nos rodea, nos cargamos el sentido crítico que es el que nos hace avanzar y configurar nuestra personalidad.

En España nos encantan las etiquetas. Estamos en una sociedad formada por grandes o pequeños grupos, que dedican casi la totalidad de su tiempo a definir su exclusividad y marcar sus límites, olvidándose del verdadero fin o, lo que es mejor, de los medios ó formas que les han hecho juntarse. Claro, aquí nos gusta discutir. Pero, ¿qué es discutir? No es lo que vemos (o no) en Telecinco. Estamos olvidando que la discusión no tiene por qué tener un matiz peyorativo. Existe una incapacidad española manifiesta para divergir sin insultar, va en el carácter. Aquí gana el más cabezón, el más pesado, el que más insiste. En base a echarle dos cojones se mantuvo por ejemplo la selección española de fútbol durante 90 años. Eso sí, los triunfos de verdad se consiguieron con otro recetario.

Resumen de un pleno del Congreso de los Diputados. Intervenciones del PSOE, intervenciones del PP…se hace el silencio. En los medios de comunicación, el bipartidismo y ligeras menciones a los que más gritan y a los que más callan. Nada más. ¿Es que no hay más tendencias? Sí, pero no reciben atención mediática. Imposible encontrar autocrítica, aprendizaje, diálogo y reflexión en el foro en el que se descubre nuestro futuro. Y lo que es peor, no hay ni intención interna ni externa de salir de este círculo vicioso. Me pregunto si a los círculos de poder que rodean la política les interesan la diversidad de opiniones, la coherencia ó la pluralidad. Me respondo yo solo.

Todo esto siempre me ha descolocado y me he sentido profundamente dividido y entre dos tierras a lo largo de mi vida. Empecé con la EGB, continúe con la ESO y acabé en una universidad de segunda. Los libros me costaban un pico pero era “demasiado rico” para que me dieran una puñetera beca. De ayudas del estado, mejor no hablamos. No pertenezco a ninguna minoría, afortunada o desafortunada. Así es como triunfan los extremos. Sales de marcha y tienes amigos que quieren oír a Pitbull (“escuchar” es una utopía) y otros que prefieren malasañear. No es mi caso, pero a todos os resultará familiar esta discrepancia. Y la música que se escucha de fiesta nocturna es uno de los mayores puntos de discusión mal entendida. Vas al Bernabéu y te llaman “pseudomadridista” porque no apoyas a un entrenador maleducado, irrespetuoso y que incita a la violencia. Hace siglos, por ser heterodoxo te quemaban en la hoguera. Hemos mejorado; hoy en día, te excluyen, te ignoran con atención y te tratan como un bicho raro.

En general, la cuerda de la educación y el respeto ha hecho que me mantenga en un tira y afloja constante entre lo que he debido hacer y lo que me hubiera resultado más ventajoso. Y eso, en términos de sociedad, es una cagada. Aceptada y refrendada con coletillas tan gastadas como “ya, pero es así” o “¿y qué vas a hacer?”. Pero no por aceptada deja de ser cagada.

Yo abogo por pensar. En el qué, el cómo y el por qué. Y preguntarse a uno mismo. No pretendo imponer unos valores, pero sí me gustaría que cada uno actuara en base a unos, por muy diferentes que sean de los míos. Y ya si entre ellos están todos aquellos términos destacados en negrita en este texto, me redimiré de lo aquí escrito. Viviremos mejor, más tranquilos, más conscientes y aprovechando un mayor potencial. No vamos a cambiar el mundo pero sí vamos a mejorar nuestra vida. Y observando el esperpento en que se ha transformado esta especie de sociedad con la que no me identifico en absoluto, a mí me vale con eso. Si soy un GRIS, lo seré hasta el fin de mis días…


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